Es
curioso que una ciudad como Valencia sea capaz de transformar en poco tiempo
sus calles de Sodoma a la Tierra Santa. Las Fallas suelen coincidir de vez en
cuando muy cerca de la Semana Santa, pasando del cachondeo al recogimiento sin
apenas despeinarnos.
Las
fallas se han convertido en una fiesta donde todo vale y todo está permitido.
Algunos falleros toman la ciudad como Tejero tomo el Parlamento o Franco se
revelo contra las hordas roja y masónicas, “toman la ciudad por sus cojones”. A
la toma y control de la ciudad por parte de los falleros, hay que añadir el
arrasamiento de la ciudad por parte de las hordas juveniles que, botellón en
mano, porro en los labios, y armados de petardos harían las delicias de una
banda terrorista, dedicándose a destrozar el mobiliario y los jardines que
todos pagamos. El colmo de la barbarie se desata cuando en medio de una
multitud un gilipolla suelta un borracho o un petardo de los gordos. Por donde
pasan estas hordas no crece la hierba en mucho tiempo, el coste de la limpieza
y el mobiliario destrozado es desorbitante. Todas estas barbaridades se hacen
en nombre de la fiesta, del negocio de la hostelería, de la tradición de un
pueblo, de la cultura y no sé cuántas cosas más. Yo como valenciano que soy,
reconozco que las Fallas son arte, diversión, pólvora, la expresión de un
pueblo, pero no el convertir a la ciudad en una Sodoma en nombre del “todo está
permitido”.
Otro
dato curioso de las fallas es el despliegue de los medios de seguridad
ciudadana. Los políticos se hartan diciendo que la ciudad es muy segura y que
ponen a disposición todos los medios humanos y materiales disponibles. No sé si
cuando dicen esto están pensando en las manifestaciones de los izquierdosos, donde
hay más policías que manifestantes y un helicóptero que nos cuesta una pasta.
La noche de la crema en la plaza del Ayuntamiento no vi ni un solo policía, y
del helicóptero ni hablamos, si hubiese ocurrido una desgracia la culpa seguro
que sería de la lluvia, de la gente que se concentra donde no debe, etc., etc.,
pero de ellos nunca.
Pasadas
las fallas toca el recogimiento de las almas y el espíritu. Yo siempre me he
declaro ateo, y respetuoso con todas las religiones que me respeten a mí y no
intenten imponerme nada. Estas fiestas se han convertido en un éxodo de las
ciudades a los pueblos de nuestras raíces y al campo. De los que retornan a sus
raíces no tengo mucho que decir, salvo que si bajo un mismo techo se juntan
varias familias la guerra está servida.
Los que me preocupan son los que salen de acampada como Rambo. Donde
acampan dejan el terreno como si hubiese pasado el Caballo de Trolla, la
mayoría de estos especímenes son los que en las fallas toman la ciudad y la
dejan como un solar.
Una
vez pasadas las fiestas toca el crudo retorno al curro mileurista en el mejor
de los cosos, a las tareas cotidianas, y al abstenerse de hacer barbaridades
por cojones.
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