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Thursday, March 31, 2016

VALENCIA ENTRE SODOMA Y LA TIERRA SANTA.

Es curioso que una ciudad como Valencia sea capaz de transformar en poco tiempo sus calles de Sodoma a la Tierra Santa. Las Fallas suelen coincidir de vez en cuando muy cerca de la Semana Santa, pasando del cachondeo al recogimiento sin apenas despeinarnos.

Las fallas se han convertido en una fiesta donde todo vale y todo está permitido. Algunos falleros toman la ciudad como Tejero tomo el Parlamento o Franco se revelo contra las hordas roja y masónicas, “toman la ciudad por sus cojones”. A la toma y control de la ciudad por parte de los falleros, hay que añadir el arrasamiento de la ciudad por parte de las hordas juveniles que, botellón en mano, porro en los labios, y armados de petardos harían las delicias de una banda terrorista, dedicándose a destrozar el mobiliario y los jardines que todos pagamos. El colmo de la barbarie se desata cuando en medio de una multitud un gilipolla suelta un borracho o un petardo de los gordos. Por donde pasan estas hordas no crece la hierba en mucho tiempo, el coste de la limpieza y el mobiliario destrozado es desorbitante. Todas estas barbaridades se hacen en nombre de la fiesta, del negocio de la hostelería, de la tradición de un pueblo, de la cultura y no sé cuántas cosas más. Yo como valenciano que soy, reconozco que las Fallas son arte, diversión, pólvora, la expresión de un pueblo, pero no el convertir a la ciudad en una Sodoma en nombre del “todo está permitido”.
Otro dato curioso de las fallas es el despliegue de los medios de seguridad ciudadana. Los políticos se hartan diciendo que la ciudad es muy segura y que ponen a disposición todos los medios humanos y materiales disponibles. No sé si cuando dicen esto están pensando en las manifestaciones de los izquierdosos, donde hay más policías que manifestantes y un helicóptero que nos cuesta una pasta. La noche de la crema en la plaza del Ayuntamiento no vi ni un solo policía, y del helicóptero ni hablamos, si hubiese ocurrido una desgracia la culpa seguro que sería de la lluvia, de la gente que se concentra donde no debe, etc., etc., pero de ellos nunca.

Pasadas las fallas toca el recogimiento de las almas y el espíritu. Yo siempre me he declaro ateo, y respetuoso con todas las religiones que me respeten a mí y no intenten imponerme nada. Estas fiestas se han convertido en un éxodo de las ciudades a los pueblos de nuestras raíces y al campo. De los que retornan a sus raíces no tengo mucho que decir, salvo que si bajo un mismo techo se juntan varias familias la guerra está servida.  Los que me preocupan son los que salen de acampada como Rambo. Donde acampan dejan el terreno como si hubiese pasado el Caballo de Trolla, la mayoría de estos especímenes son los que en las fallas toman la ciudad y la dejan como un solar.


Una vez pasadas las fiestas toca el crudo retorno al curro mileurista en el mejor de los cosos, a las tareas cotidianas, y al abstenerse de hacer barbaridades por cojones.

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