El otro día paseaba cerca
del polideportivo de mi pueblo pensando en mis cosas, cuando de repente,
escuche un grito enloquecido que provenía de un campo de fútbol de esos con césped artificial y que nos cuesta una pasta a todos los contribuyentes, pero para
los deportes de minorías no hay dinero, porque son pocos votos.
Pero no nos distraigamos en
tonterías y volvamos a ese grito enloquecido. El grito provenía del entrenador
de uno de los equipos contendientes, y su contenido era “¡Mario, coño estas
acarajotao, mueve el culo que no te enteras donde está el 9, hace lo que le
sale de las pelotas!”, después se dirige al árbitro, “¡arbitro ostias, no te
enteras, el 7 es un guarro y va a lesionar a la mitad del equipo!”. El
lamentable espectáculo llega a su culminación con las arengas de los
espectadores, que según parece son los padres y madres de los jugadores, sirvan
como ejemplo: “¡Arbitro gilipollas que no te enteras, si pitas otra falta a mi
hijo entro y te parto la cara!”, pero el que más llamo mi atención fue el
efectuado por una acalorada madre, “¡señor arbitro si fueses mujer serias puta,
te vendes a cualquiera!”.
Ante este lamentable
espectáculo me hago las siguientes preguntas:
Si el deporte es educación,
¿qué educación le estamos dando a las niñas y niños con este tipo de
actitudes?.
¿Qué actitud adoptarían los
padres y madres, si en el colegio los profesores trataran a sus hijos con el
mismo vocabulario y formas que el entrenador?, ¿se lo consentirían?.
¡Cuánta estupidez hay en
nuestra actual sociedad!.
Para cambiar esta situación
debería estar prohíbo que las madres y padres vayan a ver los partidos donde
jueguen sus hijos, en su lugar deberían ir a las escuelas para ver como es la
vida dentro de un centro. Por otro lado debería estar prohibido que los niños
fueran a los campos o estadios, donde los mayores asisten para dar riendas a
sus pasiones, sus frustraciones, sus impotencias, sus cobardías, sus
hipocresías y su mala educación.
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