El Señor Rajoy el pasado
jueves 30 de noviembre de 2017 destapo una polémica en torno a la recuperación
de la memoria histórica al mostrar su desacuerdo con una decisión adoptada hace
15 años en Pontevedra, cuando se retiró el nombre de una calle al almirante
franquista Salvador Moreno. Era, precisamente, la calle en la que había vivido
de niño.
La verdad, puedo llegar a
entender las secuelas mentales e ideológicas dejadas en su cerebro y en sus sentimientos
consecuencia de su dura niñez bajo la protección de un régimen dictatorial y el
paraguas del nacional catolicismo, agravado por tener que leer todos los días
una cartel en la calle con el nombre de “Almirante Moreno”, ejemplo de
represor. Seguro que cuando le cambiaron el nombre a la calle por el de Rosalía
de Castro entro en una profunda depresión identitaria, ¿que significaría el
nombre de “Rosalía”, algo relacionado con una rosa que la cogerla te pinchas?,
y ya no digamos “de Castro”.
La polémica la desató en el
transcurso de su visita a Costa
de Marfil para participar en la quinta cumbre Unión Africana-Unión Europea.
Seguramente, Mariano entro en otro de sus lapsus de identidad a los que nos
tiene acostumbrados, no sabía si en la cumbre representaba a un país europeo y
no a uno africano como por ejemplo Guinea.
Pero vamos a lo preocupante.
Lo de Mariano ya es conocido y hasta entendible, pero la sonrisa que parece en
las caras de los militares al pronunciar el discurso no es ni entendible, ni a
estas alturas debería ser admitida ni consentida.
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