Enviado
por marmedsua el Jue, 12/01/2012 - 12:36
Àssun
Pérez Aicart, coordinadora de la Plataforma Feminista por la Custodia
Compartida y María Sanahuja, juez decana de Barcelona, reflexionan sobre el
tema en un artículo publicado en el Mundo (edición Catalunya)
La
Ley de Divorcio de 2005 deja en manos de una parte la decisión de permitir a la
otra participar en igualdad de condiciones en la crianza de los hijos comunes.
Esto significa que hay una parte a la que el sistema reconoce el derecho de ser
a la vez Juez y parte. Lógicamente este derecho de veto es tal porque la parte
a la que le interesa que el Juez deniegue la custodia compartida suele ser la que
se sabe ´ganadora´ de antemano, la que sabe que obtendrá la custodia en
exclusiva por una razón de ´género´.
En
este punto es donde aparece, en relación con la custodia compartida, la
cuestión feminista de una manera totalmente desenfocada. Parece claro que
durante la tramitación de la Ley de Divorcio de 2005 ciertos grupos de Presión,
arrogándose la supuesta y exclusiva representación del sujeto colectivo
´mujer´, intervinieron en el debate con el claro propósito de impedir que las
Cortes aprobaran una norma generosa con la custodia compartida (tal y como sí
se había hecho en otros países de nuestro entorno). El resultado fue el que
tenemos: una norma con muchos errores, tanto desde el punto de vista jurídico y
del Derecho, como desde el punto de vista sociológico y político.
Sin
embargo, ha habido voces que, desde ´otro´ feminismo, han expresado en tiempos
recientes profundas discrepancias con los rígidos planteamientos de dichos
grupos de presión oficiosamente feministas. En lo que se refiere a la custodia
compartida nos parece que ha llegado el momento de renovar un debate demasiado
lastrado por inercias y estereotipos tan poco racionales como engañosos. Este
es nuestro propósito, enfocar el tema de la custodia compartida, y su defensa,
desde una óptica feminista.
Lo
que el modelo de la custodia compartida (o coparentalidad) propugna coincide
con la vieja aspiración feminista: la participación igualitaria y equilibrada
de ambos progenitores en la crianza de los hijos; esto es, la
corresponsabilización de hombres y mujeres en la educación integral y en los
cuidados primarios de los menores, algo que el modelo patriarcal precisamente
establecía como un rol específicamente femenino y que, por tanto, quedaba
vedado a los varones. Esto quiere decir que la filosofía de la custodia
compartida es complementaria de lo que el feminismo auténtico pretendía: la
liberación de la mujer de su destino supuestamente insoslayable, la maternidad,
entendida como necesidad y diferencia natural en la que se cumpliría la única
razón de ser y el sentido de la vida de toda mujer.
Creemos
firmemente que las feministas tenemos en este momento una gran responsabilidad
en la transmisión del espíritu liberador del feminismo. A menudo se difunde en
el entorno mediático la idea falaz de que el feminismo lucha (o debe luchar) a
favor de los intereses de las mujeres. Creemos que esto no es así. Si el
feminismo como movimiento teórico ha revisado las categorías del género (qué es
´hombre´ y qué es ´mujer´) y ha puesto el acento en su carácter cultural (y
construido) para desmontarlas, no podemos reducir las expectativas de dicho
movimiento a la sola obtención del poder por parte de las mujeres. La
liberación de la mujer pasa necesariamente por la liberación masculina, una no
es posible sin la otra. Las normas de género, los roles cuya transformación hay
que fomentar, afectan tanto a mujeres como a varones, y muchos de ellos los
sufren, de un modo u otro, como limitaciones arbitrarias al desarrollo de su
propia libertad y el crecimiento y sostén de su propia dignidad personal.
En
lo que toca a la custodia compartida, es inaceptable, desde esta óptica
feminista, hacer depender su aplicación como regla, tal y como ocurre en la
práctica en la actualidad, de la sola decisión o autorización de la mujer.
Flaco favor se nos hace si seguimos concibiendo la crianza como un territorio
preferentemente femenino por naturaleza. Si no facilitamos desde las
instituciones la incorporación del varón a las funciones tradicionalmente
femeninas ¿qué política de género estamos haciendo? ¿qué tipo de transformación
social es la que estamos promoviendo? Las reglas de juego actuales no están
resolviendo los problemas ni están dando respuesta a las aspiraciones vitales
de muchos ciudadanos, no sólo varones, también muchas mujeres, que se ven así
arrastradas por la espiral de roles prescrito por la tradición y
paradójicamente retroalimentado por las instituciones. Por no mencionar el
enorme sufrimiento que la mala resolución institucional de los conflictos
familiares está generando a los menores. A nuestro entender se hace necesario
una regla fuerte favorable a la custodia compartida, una nueva norma que
garantice el derecho de los menores a las relaciones familiares estables e
igualitarias, y también que garantice la libertad de las personas, sean mujeres
u hombres, para desarrollar plenamente proyectos irrenunciables, entre ellos la
filiación y la crianza, derecho-deber al que ningún padre ni madre tiene porqué
renunciar, ni del que tampoco nadie, sin causa objetiva, razonable y
demostrada, tiene porqué ser excluido.
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