Recuerdo la semana santa
de mi niñez y juventud en aquellos tiempos donde la iglesia y el
dictador iban cogidos de la mano. Era una semana de recogimiento y
rezo, donde todo guardaba un perfecto orden tanto en lo terrenal como
en lo espiritual. Respecto al orden terrenal, un ejemplo claro se
mostraba y sigue mostrándose en las solemnes procesiones, abrían la
procesión el estandarte o imaginería seguidos del cura, el
comandante de la benemérita, el alcalde y los ricos del pueblo que
son los que realmente tenían el poder. Seguido de esta selecta
cabecera, estaban los amíguetes y lacayos de los ricos, y cerrando
la comitiva se encontraba el pueblo, creyente a fuerza del tenebrosos
poder religioso y político de la época.
Entonces estaba claro
cuando uno se moría donde iba a ir su espíritu, los religiosos, los
dictadores gobernantes, los ricos y los militares al cielo, pues para
eso habían hecho la cruzada de salvara a España de las hordas
rojas. El pueblo creyente y tenebroso al purgatorio, por que pese a
haber pasado hambre y calamidades, los pecados carnales en la tierra
no los podían pagar al no tener dinero. Al infierno está claro
quiénes iban, los rojos, que para ahorrase indumentaria en el
infierno ya tenían el rabo trasero y los cuernos.
Ahora las cosas han
cambiado mucho en semana santa, de entrada ya no sólo están
abiertas las iglesias las 24 horas, también abren los bares, las
discotecas y todo tipo de antro donde se pueda sacar la pasta a los
feligreses, y olvidar sus penas, penas que no son consecuencia de sus
pecados, pero sí de los pecados de otros que están por encima de
ellos. Tanto libertinaje ha conseguido que a las procesiones no vaya
casi nadie, quedando los de siempre el cura, la autoridad militar,
algunos ricos y en algunos casos el alcalde si es de derechas, todos
seguidos de un escaso séquito de ancianas y alguna o algún que otro
joven que no ha conocido los placeres de la vida del pecado.
Respecto de la
distribución de las almas las cosas también han cambiado. Al cielo
ahora van los que antes iban al infierno, es decir los rojos con rabo
y cuernos, pero no van al cielo por haber dejado de ser rojos, sino
por almas inocentes y puras que creían haber cambiado la sociedad
con la democracia. Los representantes de la iglesia, por el mero
hecho de serlo, tienen todo el derecho de entrar en el cielo aunque
no lo merezcan. Los ricos como tienen mucha pasta, pese haber
incumplido hasta la saciedad las tablas de la ley, pero ojo las leyes
de antes, no la leyes de ahora, pagan y van al cielo. Queda un grupo,
el de los gobernantes, estos deberían ir al infierno, pero también
se salvan porque como son ellos los que ponen a los jueces, la
salvación la tienen asegurada.
Como se observa al
infierno espiritual ya no va nadie, pero el infierno real es decir el
terrenal está a rebosar, está lleno de parados, de gente con
hipotecas que no puede pagar, de gente que llegar a fin de mes es un
infierno, de enfermos que no pueden ser atendidos en un tiempo
razonable por no haber medios, y un millón de situaciones más que
hacen de esta vida terrenal un infierno.
Para terminar, como tengo
rabo delante (pequeño pero tengo) y rabo detrás, cuernos (a mis
años me da igual del tipo que sean), y un tridente para pinchar a
quien me de la gana, reivindico ir al infierno, pues allí sólo
quedan los rojos de verdad, los rojos de antes. Se me olvidaba, en el
infierno se está calentito y hay mujeres malas.
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