
En los últimos tiempos están cobrando protagonismo los denominados “mercados medievales”. Hace pocos días tuvo lugar en mi pueblo uno de esos “mercados”, pero en esta ocasión y como nos tienen acostumbrados nuestros gobernantes cuando llegan las elecciones, fue un ¡mercado medieval a lo grande!, justificado esta vez por un acontecimiento histórico que ocurrió en Mislata hace 400 años en el mes de noviembre, pero que por alguna pócima mágica se adelanta al mes de abril, justo un mes antes de las erecciones, ¡perdón me ha traicionado el subconsciente!, quería decir elecciones.
Una de las partes más importante del mercado, como es evidente, es el comercio. Los precios de los artículos que se venden en su mayoría son abusivos, pero sumergidos en el canto del Medievo, que te claven el doble por una cosa inútil o inservible no te duele, pero si ese precio te lo cobra el comerciante del barrio, lo pones a caer de un burro por ser un chorizo y no lo compras, y hablando de chorizos, si no te andas con ojo te venden un chorizo de cantimpalo por un ibérico de 5 jotas. Pero dejemos a los comerciantes, que la mayoría más o menos se ganan la vida de forma honrada, ganando una miseria como en la edad media.
Para darle mayor ambiente medieval llenaron las calles de paja, que seguramente nos costaría una fortuna y luego la paja no serviría para nada. Lo de los animales fue maravilloso, había gallos, cerdos, cabras, camellos de los de joroba y supongo que de los otros también, más que nada por el olor que en algunos sitios había, en resumen estaba representada toda la fauna animal.
Cuando paseaba por el mercado me pregunte, ¿qué diferencia hay entre los tiempos medievales y los de ahora?, la respuesta está en los diferentes escenarios del mercado, que bien podrían ser un fiel reflejo del pasado en nuestros tiempos, y me explico:
Los comerciantes medievales se pueden comparar con los precarios autónomos actuales, donde las administraciones los masacran con leyes e impuestos que nos les permiten vivir de forma holgada.
Los plebeyos se pueden comparar con los actuales ciudadanos. Se les engaña con cualquier cosa, antes con ejecuciones públicas, con la religión, o con fiestas, ahora se les engaña con carreras de coches, o con programas basura en la tele, la cosa es estar entretenidos y no pensar en los impuestos abusivos que se les cobran, a cambio de deficientes servicios sanitarios y educativos públicos, o de un paro que no hace más que crecer día a día, y un empeoramiento de la sociedad del bienestar que tanto nos ha costado lograr.
Los señores del Medievo se pueden comparar con los gobernantes actuales, los señores montaban esos espectáculos, para pasear entre el pueblo su poder y vanidad, para que se les vea, se les admire y se les rinda pleitesía, pese a usar el despotismo como estrategia y forma de gobierno.
En resumen, excepto los coches, la televisión, las aeronaves y algunos medicamentos, nada nos diferencia del Medievo.
Es de agradecer a nuestros gobernantes, que de vez en cuando recuerden al pueblo su situación o posición social, y nada mejor que usar el escenario de los “mercados medievales”.
Me gustaría saber la pasta que nos ha costado el sarao, según mis cálculos deberá estar por los 200.000€, cifra insultante en la situación económica y social actual del país. Seguro que si los ciudadanos conociesen la cifra, alguno le habría dado utilidad a los aparatos de tortura que se exponían en el mercado, pues ya que nos gastamos la pasta, ¡habrá que sacarle alguna utilidad, digo yo!.
Una de las partes más importante del mercado, como es evidente, es el comercio. Los precios de los artículos que se venden en su mayoría son abusivos, pero sumergidos en el canto del Medievo, que te claven el doble por una cosa inútil o inservible no te duele, pero si ese precio te lo cobra el comerciante del barrio, lo pones a caer de un burro por ser un chorizo y no lo compras, y hablando de chorizos, si no te andas con ojo te venden un chorizo de cantimpalo por un ibérico de 5 jotas. Pero dejemos a los comerciantes, que la mayoría más o menos se ganan la vida de forma honrada, ganando una miseria como en la edad media.
Para darle mayor ambiente medieval llenaron las calles de paja, que seguramente nos costaría una fortuna y luego la paja no serviría para nada. Lo de los animales fue maravilloso, había gallos, cerdos, cabras, camellos de los de joroba y supongo que de los otros también, más que nada por el olor que en algunos sitios había, en resumen estaba representada toda la fauna animal.
Cuando paseaba por el mercado me pregunte, ¿qué diferencia hay entre los tiempos medievales y los de ahora?, la respuesta está en los diferentes escenarios del mercado, que bien podrían ser un fiel reflejo del pasado en nuestros tiempos, y me explico:
Los comerciantes medievales se pueden comparar con los precarios autónomos actuales, donde las administraciones los masacran con leyes e impuestos que nos les permiten vivir de forma holgada.
Los plebeyos se pueden comparar con los actuales ciudadanos. Se les engaña con cualquier cosa, antes con ejecuciones públicas, con la religión, o con fiestas, ahora se les engaña con carreras de coches, o con programas basura en la tele, la cosa es estar entretenidos y no pensar en los impuestos abusivos que se les cobran, a cambio de deficientes servicios sanitarios y educativos públicos, o de un paro que no hace más que crecer día a día, y un empeoramiento de la sociedad del bienestar que tanto nos ha costado lograr.
Los señores del Medievo se pueden comparar con los gobernantes actuales, los señores montaban esos espectáculos, para pasear entre el pueblo su poder y vanidad, para que se les vea, se les admire y se les rinda pleitesía, pese a usar el despotismo como estrategia y forma de gobierno.
En resumen, excepto los coches, la televisión, las aeronaves y algunos medicamentos, nada nos diferencia del Medievo.
Es de agradecer a nuestros gobernantes, que de vez en cuando recuerden al pueblo su situación o posición social, y nada mejor que usar el escenario de los “mercados medievales”.
Me gustaría saber la pasta que nos ha costado el sarao, según mis cálculos deberá estar por los 200.000€, cifra insultante en la situación económica y social actual del país. Seguro que si los ciudadanos conociesen la cifra, alguno le habría dado utilidad a los aparatos de tortura que se exponían en el mercado, pues ya que nos gastamos la pasta, ¡habrá que sacarle alguna utilidad, digo yo!.
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